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MANIFIESTO
A los compañeros trabajadores del arte y gestores culturales:
Nos hallamos ante una coyuntura histórica de transición y alternancia política en que reverdecen las esperanzas de cambios profundos y vitales. Mas al mismo tiempo nos preguntamos qué país recibiremos de los que darán el paso al costado. En realidad, yo hubiera preferido cambios más radicales, pero supongo que tenemos desde ahora la oportunidad de poner el hombro a fin de que la cultura llegue realmente a las masas que alguna vez serán verdaderos ciudadanos.
¿Qué clase de pueblo tenemos ahora mismo en el Paraguay, a casi dos centurias de la declaración de independencia? Os lo voy a responder sin subterfugios ni eufemismos edulcorantes y descafeinados. Tenemos un pueblo ágrafo, casi al borde del analfabetismo funcional; una ciudadanía que apenas está despertando de un largo marasmo complaciente y apático; una población sin educación cívica, sin alimentación adecuada y, en cambio presa de las garras del alcohol, el morbo, la violencia y la pobreza conceptual; sin salud y sin ganas de participación activa en los asuntos de estado.
Y dentro de este proceloso mar de seres desorientados, una minoría intelectual que se debate —casi al borde del naufragio conceptual— en la impotencia creativa o en los conflictos sectoriales a causa de ciertas discriminaciones de los árbitros de la cultura, que se erigen como jueces y parte desde hace bastantes años. Creo que las vacas sagradas deben dar lugar a gente nueva e incontaminada por intereses espurios ajenos a la cultura. Debemos comenzar la transición desde adentro nuestro, para proyectar nuestras inquietudes legítimas.
Tenemos ante nosotros un desafío histórico. Promover —ante las instancias correspondientes del nuevo gobierno— una verdadera reforma educativa y, por ende, cultural, que abarque desde la educación elemental hasta la media y secundaria humanista y rica en valores ciudadanos, como la que iluminara a nuestros abuelos.
¿De qué nos servirá un Ministerio de Cultura, por más afanes que se inviertan en su estructura, si la secretaría de estado de Educación no funciona como debería y está edificada sobre cimientos defectuosos y miembros cojitrancos?
¡Pero debemos empezar ahora mismo!
Las sucesivas “reformas” hechas desde 1957 en adelante, financiadas por los grandes bancos multinacionales (FMI, BM, BID), sólo buscaron un modelo acrítico, mediocre, alienado por la propaganda y los medios de distracción masiva que vinieron después. Finalmente, nos dieron el golpe de gracia con la red Internet y los teléfonos celulares, que merecen mejor uso en pro de la promoción cultural, antes que de la pavada social aliterada. Esos últimos cincuenta años fueron los más nefastos, ya que sólo surgió la cultura del exilio al ser amordazados los creadores a intramuros.
Los que nos creemos artistas, escritores, gráficos, músicos —y cuanto lenguaje expresivo sirva para testimoniar nuestras vivencias como pueblo y afirmar ante el mundo nuestra identidad—, tenemos el deber de colaborar para revertir la triste situación de castración mental que le han impuesto a nuestros jóvenes, desde lejanos despachos climatizados situados en los países centrales para someter nuestra voluntad a la de los actuales dueños del mundo accidental y ¿cristiano?.
Y no se trata de una mera cuestión ideológica o chauvinista-nacionalista de fachada tradicional. Se trata de forjar un pueblo consciente de su identidad, celoso de sus bienes culturales, creativo, eficiente y buscador incansable de su propio camino hacia el futuro, que de eso se trata. Pero debemos hacerlo con nuestras propias vías, no por senderos ya trillados o desbrozados desde otras latitudes. Debemos revalorizar el consenso y la solidaridad, además del respeto a la ley y al orden. Pero no a un orden hueco y autoritario, sino a un orden basado en el respeto al otro y, sobre todo, en la autocrítica antes que en la autocensura.
Si los escritores, diseñadores gráficos, artistas plásticos, músicos, poetas y cultores de artes escénicas se unen en esta patriada, bien lo habremos. Hay que diseñar nuevos textos de lectura, realizar talleres para docentes, motivar a los educandos en las delicias de la lectura compartida; excitarlos con las ciencias exactas y la belleza de las creaciones de sus referentes del arte y las ciencias… en fin, reconozco que el camino es arduo y que el primer paso es el más fatigoso, per áspera ad Astra, pero debemos dar ahora mismo el primer paso, antes que perder nuestro tiempo buscando mecenas (estatales, privados, o depravados que también los hay) para nuestras instalaciones, nuestras presentaciones escénicas o para publicar nuestros libros.
Tampoco debemos perder el tiempo, burocratizando mas de lo que están las oficinas que, supuestamente, están en la gestión cultural. Tampoco exigir al estado que se haga cargo de nuestras necesidades, sino ayudarlo a mejorar el nivel intelectual de nuestro pueblo. Prefiero volcar tiempo en diseñar nuevos planes de enseñanza primaria que incluyan ajedrez, matemáticas, lecturas comprensivas, historia universal y nacional, filosofía (desde el tercer grado primario), uso del ábaco oriental (para agilizar la mente en cálculos abstractos) y, sobre todo en una educación laica basada en el acatamiento de la ley y el civismo.
También debemos enseñar a los niños y jóvenes a amar a la naturaleza y, sobre todo, a cuidarla, creando clubes estudiantiles ecologistas y promoviendo el servicio social voluntario en sustitución al militar, como “brigadas verdes”, guardianes forestales, o algo así. Crear conciencia de que animales y plantas son seres vivientes e indefensos, que forman parte del entramado de la vida y buscar otras maneras de producción y desarrollo que no supongan el asesinato a mansalva de bosques y animales silvestres o la contaminación de nuestros ríos, lagos y arroyos. Creo que necesitamos un pueblo sano, austero, con pocas necesidades superfluas, pero con un elevado grado de conciencia humanista.
Debemos ayudarles a conocer a su país, sus costumbres regionales, pero sin desdeñar las cosas buenas creadas en otros ámbitos geográficos, dentro de una cultura universal, para que puedan comprender a otros pueblos y amar a la humanidad como un todo, antes que como seres ajenos a lo nuestro.
Debemos apoyar la incentivación del interés por aprender y, sobre todo, a discernir entre lo justo y lo injusto; entre lo falaz y lo verdadero; entre lo noble y lo ruin.
Y, sobre todo, debemos aprender, hermanos artistas, a conocernos mejor entre nosotros y a no discriminarnos en pro de intereses sectoriales y mercadeo de conciencias. Por último, diré que este es un proyecto de acción a largo plazo, pero tenemos ante nosotros una guía infalible que a buen puerto nos ha de conducir: la esperanza.
Celso Aurelio Brizuela — Chester Swann
C.I. 231.574
Chester Swann cheswann@gmail.com chester_swann@yahoo.es
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viernes, 29 de agosto de 2008
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