jueves, 28 de agosto de 2008









CARTA A LA REPUBLICA
DEL PARAGUAY
I


Chester Swann*
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Luque, agosto 31 de 2008.


Estimados conciudadanos, nativos y extranjeros residentes:

Estamos ante una era de aristas históricas transcendentes, a poco tiempo del bicentenario de la Declaración de Independencia (1811/2011), en una nueva etapa de transición política y cambios sociales inimaginables pocos años atrás, durante la tiranía partidocrática y totalitaria del coloradismo, a veces con la complicidad de “opositores” rentados de la facción conservadora liberal e incluso del “socialismo” descafeinado del PRF. Esto se ha dado durante la “apertura” de los años sesenta para legitimar a la tiranía, caprichosa, personalista y autocrática de Alfredo Stroessner.
Actualmente, las reglas del juego han cambiado, aunque más no sea para regalarnos el derecho al pataleo y plaguearnos un poco ante las instancias internacionales; pero es necesario tener en cuenta un detalle muy importante, pero imperceptible, quizá por lo obvio. No puede haber libertad sin responsabilidad, ni derechos humanos, sin la contraprestación de deberes individuales y sociales. Esto es categórico y fuera de toda duda, polémica o discusión.
Nuestros legisladores han copiado, desde el vamos, a las instituciones de la Europa del siglo XVIII, de la ilustración y la Revolución francesa, sin reparar en que seguíamos manteniendo el esquema feudal con fachada de república, tan falsa como mentirosa. Y este sistema, opresor e injusto, se mantiene hasta nuestros días, a casi doscientos años de la “independencia” política de la absolutista y muy católica España de 1811. Si bien es cierto que durante la dictadura vitalicia del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia hubo remitido el sistema feudal de la preindependencia, durante la era de los López volvió por sus fueros; se hizo poderoso e imparable durante la posguerra de 1864/1870, con señores latifundistas de horca y cuchillo venidos de extramuros. Ahora con el rótulo de “empresas” extranjeras de anónimos accionistas y protervos gerentes, auxiliados por capataces de látigo y fusil y asistidos por jueces venales y abogados de alquiler.
El sistema esclavista de Mate Larangeira Méndes, La Industrial Paraguaya, Carlos Casado del Alisal, Sastre, Mihanovich, CIPASA, CAPSA, Campos y Quebrachales, etc. se mantuvo en el interior del país hasta bien entrados los años de la posguerra del Chaco y, en muchos casos, hasta nuestros días.
Tal el caso de los nuevos amos de la tierra, surgidos de la generosa “reforma agraria” de Juan Manuel Frutos y su amo, el general Stroessner. Claro que es fácil ser generosos con los bienes ajenos, como diría Perogrullo.
No es menester extenderme mucho para recordar a las generaciones presentes que esas tierras deben ser recuperadas y devueltas al patrimonio nacional. Pero ahora, los esclavistas son empresarios urbanos de corbata y maletín. Los supermercados e hipermercados, son los que absorben mano de obra esclava hoy por hoy, ante la complicidad del Ministerio de Justicia y Trabajo y el silencio de la prensa escrita y audiovisual. Pero vayamos más al fondo.
La devastación de nuestros bosques atlánticos, que sostenían el régimen de lluvias y la estabilidad climática, ha sido llevada a cabo sin misericordia y con precisión administrativa digna de mejores causas, pero… y aquí llega el meollo del asunto. ¿Los seres vivos de la naturaleza, animales, peces y árboles, no son dignos de respeto y compasión? ¿Puede el ser humano, que se jacta de “racional”, asesinar a seres vivos indefensos e irracionales, sin sufrir a su vez una venganza —justificada por otra parte— de la naturaleza? ¿No podríamos subsistir sin depredar la tierra, tal lo hicieran nuestros antepasados aborígenes? Claro; ellos no eran ganaderos y desconocían vacas y caballos, así como el “derecho” a la propiedad privada. No tomaban más de lo que podían consumir, lo tenían todo y no necesitaban de nada. Ahora es al revés.
Hemos roto, nosotros, accidentales y cristianos, el equilibrio natural; tan sólo para ganar divisas de papel (que no se pueden comer) e importar porquerías y objetos suntuarios superfluos. Hemos asesinado a seres inocentes, en beneficio de nuestra vanidad. Hemos envenenado tierras y aguas vitales, para enriquecer a empresarios extranjeros, que a su vez nos sometían a sus caprichos feudales y derechos de pernada, como los antiguos amos europeos.
En fin, es hora de replantearnos, ahora, si vale la pena seguir empeñando nuestro futuro y el de nuestros hijos a trueque de limosnas y migajas de un efímero presente, contaminado, perverso y equivocado.
Aún tenemos mucho que aprender de nuestros ancestros, a los cuales veneramos en el papel y los ignoramos en la realidad. Es el momento de reflexionar acerca de una segunda declaración de independencia… e independizarnos de la estupidez que nos domina, cual absolutista soberano, hasta el siglo XXI. ¿O preferiríamos seguir siendo estúpidos y, encima jactarnos de ello? Recordemos que las ataduras mentales, las cadenas del prejuicio, son más duras de romper y más difíciles de desatar que las físicas.
Pero, cuando hablo de una segunda declaración de independencia, no hago exaltación del nacionalismo, ni exégesis del chauvinismo pseudo patriótico y aldeano de quienes habitamos este pedazo de mapa amputado al planeta. Después de todo, el ser humano, independientemente de sus lenguas, culturas, procedencias u otros factores ajenos a él, es un animal cósmico. Las fronteras son accidentes políticos antinaturales y frutos del egoísmo colectivo. Como dijera el jefe Seattle en 1854, en una carta dirigida al presidente Franklin Pierce de los Estados Unidos, “… el hombre no puede poseer la tierra, sólo compartirla; puesto que es la tierra quien posee al hombre, que no es más ni menos que otra criatura de la naturaleza…”.

(Continuará)

* Este material forma parte de un libro-ensayo cuya publicación será lanzada en mayo de 2011.

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