viernes, 22 de agosto de 2008

OBSERVATORIO




Hacia una estafa universal I

DE DÓLARES Y DOLORES…


El tema monetarista siempre fue un dolor de cabeza, para reyes, príncipes, emperadores, obispos, papas y hasta presidentes de repúblicas de ficción. La dolarización de la economía ahora mismo nos está dividiendo abismalmente; entre importadores que lo quieren bajo y exportadores que lo desean alto; que el interés rompe todos los sacos. Son muy pocos los economistas que tienen clara la película y es sabido que la economía depende de los economistas en la misma proporción en que las lluvias y tormentas dependen de la Dirección de Meteorología, pero así es la cosa.
Desde las primeras monedas emitidas por los antiguos estados, quizá para aumentar el poder de acumulación rápida —que es difícil guardar en un arcón una recua de camellos, un rebaño gordo de cabras u ovejas y cientos de esclavos y esposas o cientos de talegos de trigo, que caracterizaban a los muy ricos de antes—, se ha sentido la necesidad de los cambistas, usureros y,,, banqueros que manejasen el dinero u objeto de trueque metálicos.
Lo malo es que las monedas se devalúan gradualmente y los tipos de cambio sufren constantes fluctuaciones (e inmersiones, ¿por qué no?). Viajar de un país a otro siempre debió suponer cambiar las monedas locales por las extranjeras. De Atenas a Esparta, o viceversa; o de Roma a Bizancio, por ejemplo, era cambiar dracmas por óbolos o talentos por sextercios. Y ese problema sigue estando vigente hoy para importar mercancía o exportarla.
Resulta que el valor de una moneda no se puede fijar por decreto o ley alguna; ya que éste valor tiene más que ver con las balanzas de pagos, deudas estatales, producción (o importación) de bienes y servicios y muchas otras variables imprevistas. Una sequía, una manga de langostas o escasez de ciertos recursos, pueden provocar caídas de cotización, no previstas por los expertos.
Esto significa que, los países más fuertes y con reservas de largo plazo pueden imponer (siempre a la fuerza) el uso internacional de $U moneda como tipo de cambio universal… toda vez que ese valor sea invariable, fuese el dólar, el yen o el euro; ya que el oro y la plata salieron del circuito y sólo circulan simbólicamente en tres o cuatro países como unidades monetarias de lujo para coleccionistas.
Lo malo es que, aplicadas las variables anteriormente citadas, el señor Dólar está cayendo en picada —malos negocios en empresas bélicas, petróleo esquivo, resistencia encarnizada y muchas variables más, entre ellas el consumo excesivo de reservas y recursos—, pese a la compra de divisas por parte del Banco Central y otras maniobras especulativas de ciencia-fricción. El dólar cae y casi sin paracaídas, pese a su aparente fortaleza, pero arrastrando a muchas economías frágiles consigo. La nuestra, entre ellas.
Pero —siempre hay un pero—, no debemos dejar que esa inicua caída, provocada por los malos manejos de Bush y sus cómplices de la Reserva Federal (FED para los técnicos) nos arrastre al abismo. Debemos saber que por algo el sistema papelario se denomina “ fiduciario” (de fides, o fe ciega en algo) pues está basado en la confianza o credulidad, dicho mal y pronto. Si el público pierde la confianza en el “sistema”, la estantería tambalea; los bancos cierran y los capitales-golondrina emigran buscando otros nidos, más hacia el Caribe… y nuestros ahorros son devorados por la inflación dejándonos en la lona.


EL MITO DEL AHORRO

Desde muy parvulitos y casi antes de aprender a leer, nos enseñaron las virtudes del ahorro, las cigarras bohemias versus las hormigas trabajadoras y todas esas fábulas traídas de los pelos. Lo malo es que aún seguimos creyendo en tales fábulas, y lo peor es que nos empeñamos en enseñarlas a nuestros hijos y nietos como verdades reveladas en alguna Biblia para idiotas. Veamos ahora la cruda realidad. Y, por favor amigo lector, continúe leyendo la verdad de la milanesa.
Supongamos que sus ahorros a plazo fijo le “prometen” un interés anual de 36%, si usted es fiel a su banco, cooperativa o financiera favorita. Pero, si en ese mismo año, el dinero sufre una devaluación inflacionaria de 45 %, usted habrá perdido un 9% del poder adquisitivo de su dinero estancado en caja de ahorro, enriqueciendo a los banqueros que lo usan para prestar a otros ese mismo dinero. Si usted perdió ese nueve por ciento, significa que más le hubiera valido invertir ese dinero antes que mandarlo a ventanilla.
Recuerde que los precios suben y suben y no tienen vocación de ascensores o aviones, que puedan subir y bajar. Suben y siguen subiendo nomás, por lo que más le valiera comprar herramientas, elementos de producción, o lo que usted necesitaría en el futuro. Voy a citarle un ejemplo personal.
Cierto día de 1991 me despidieron de una empresa de prensa, con la debida indemnización. De haber sido uno de los bobos que creen en el ahorro, los hubiese depositado para esperar el interés. En lugar de eso, se invirtió una parte en equipo informático y, con el tiempo, me convertí en escritor, diseñador gráfico y traficante de talento por internet. De haber ahorrado ese dinerillo, hoy sería una pila de papeles sin valor, mientras alguien engordaba con mis ahorros. Ahora puedo exportar ilustraciones para libros, novelas, cuentos y, de paso, mejorar mis conocimientos. Si a usted le sirve este ejemplo, hágalo ahora mismo. Si no, deposite su platita y espere sentado, que después me cuenta, pero no diga que no se le avisó. El cuento del ahorro no pasa de un cuento más. No sea gil.

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